EL REY DE LA 357
Pascual Ribot 1, Palma. Parada 357 de la Empresa Municipal de Transportes y reino autoproclamado de Juan Carlos, igual es casualidad. En esa misma parada, espera pacientemente cada mañana la llegada de un autocar de línea discrecional que le recoge y le acerca a su trabajo en algún centro de inserción laboral. Entre las siete y media y las 8 de la mañana hace honor a su título saludando y alegrando la mañana a todos los que nos arrastramos a coger el autobús de la línea 8, recién duchados, aún dormidos y soñando con un café con leche caliente y una tostada de pan con aceite. Varios metros antes de llegar ya nos saluda gritando y muy contento:
- ¿Cómo estáis? Hoy es miércoles. Mañana toca, y el viernes, pero el sábado no se va, ¿verdad?. - Hola Juan Carlos, buenos días. No, el sábado no se trabaja. - le decimos con una sonrisa. - No, no se trabaja… Porque si vas te mandan a casa… Porque el sábado no se trabaja… ¿Y qué haréis el sábado? - Pues no lo sabemos aún, quizás ir a la compra. - Yo voy a la compra con mi madre, eso está bien, ¿a que si? - Eso está muy bien, tienes que colaborar en las tareas de la casa. - ¿Y qué vais a comer hoy? - No estamos seguros, quizás una ensalada y algo de carne. - ¿Y después del trabajo qué haréis? - Pues volver a casa y luego dar un paseo. - Ahh… (nos contesta con la mirada perdida) Hoy es miércoles, mañana toca y el viernes , pero el sábado no se va. El sábado si voy al trabajo estará la puerta cerrada, ¿y qué haré?. - Si Juan Carlos, estará cerrada y tendrás que volver…. Ya viene el autobús, nos vemos mañana Juan Carlos. - Si, mañana si se va.
La vida de Juan Carlos es sencilla, que no simple, para él todo son preguntas. En lo más alto de su escala de necesidades y preocupaciones está la de saber con exactitud los días que quedan para el fin de semana. A pesar de su trastorno o deficiencia (ignoro cuál es) lleva la cuenta al dedillo, y tiene perfectamente claro sin posibilidad de error el tiempo que queda para llegar ese sábado y ese domingo que idolatra por encima de todas las cosas. Los días en los que no va a trabajar, que no madruga, que no coge el autobús, y que no saluda al resto de vecinos de parada son para él la vida de verdad, la que cuenta, donde hace las cosas que le gustan, como ir a la compra con su madre, y holgazanear “… pero sólo un poco, porque mi madre dice que no se puede vaguear, que eso no está bien, ¿a que no está bien?."
Lo siguiente en su particular pirámide de Maslow es la comida. Cada día, sin excusa, nos pregunta por lo que vamos a comer y cenar. No sólo ese día, sino el fin de semana, ese paraíso temporal en el que no se trabaja. No le gusta la verdura, pero la pizza sí.
En el tercer escalón aparece un interés reciente: Isabel. “Es mi novia”, dice orgulloso y con una sonrisa, sin terminar de responder cuando le preguntamos si ella también lo identifica como tal. “Se ha enfadado conmigo porque le he gastado una broma” nos dijo hace dos días muy preocupado. “Piensa qué ha pasado para que se enfade tanto y pídele disculpas si hace falta, seguro que las acepta. Los novios son para quererse, no para hacerse enfadar". - le respondimos intentando atrapar su mirada huidiza, la que le delata cuando sabe que ha hecho algo que no está bien.
Y en cuarta posición, y desplazados recientemente por su novia Isabel, están los bolis azules con letras. Estos objetos, los bolis publicitarios de toda la vida, reyes del merchan patrio, son la quintaesencia de la belleza y de la utilidad para Juan Carlos. Que te pregunte si llevas algún boli azul con letras en el bolso es síntoma inequívoco de que te has ganado su amistad. Si contestas con dudas, te pedirá que lo revises por si llevas alguno. Y cuando le regales uno, oirás sus gritos de alegría mientras se pinta la mano para comprobar que funciona, porque si no pinta, te lo devolverá con desdén.
Este miércoles, pensando en escribir este post, le pregunté: -Juan Carlos, ¿te puedo hacer una foto? -Bueno vale, pero deprisa. - me dijo como perdonándome la vida.
Así es Juan Carlos, sin filtro. A veces me pregunto por qué le he cogido tanto cariño. Hace poco fui a Madrid a unas reuniones de trabajo y me sorprendí a mi misma llenando el bolso con varios de esos" bolis azules con letras” (como él los llama) que había en un evento al que nos invitaron. Sin ningún tipo de disimulo ni sonrojo, en plan jubilado del Imserso en el buffet del hotel. Le traje unos cuantos y se puso muy contento.
Llevaba tiempo dándole vueltas a este enganche con Juan Carlos cuando leí el otro día un articulo en El País sobre la reciente visita de Byung-Chul Han al CCCB en Barcelona. Lo tenía en mi nuevo rincón de diógenes digital: los “guardados" de Facebook. El gran Juanjo Brizuela lo compartió y me hizo recordar que tenía pendiente aquella lectura. En el artículo habla, entre otras muchas cosas interesantes, sobre la autenticidad.
Los que nos dedicamos a esto del branding, ya sea corporativo como personal, tenemos esta palabra siempre presente, se nos llena la boca con ella. Defendemos la autenticidad como uno de los pilares de la creación de marcas: hoy, ya no importa tanto que lo que hagas sea único. Lo que lo hace único es que lo hagas tú, a tu manera, de forma sincera y dejando tu impronta. Ser fiel a lo que eres y como eres, alejándote de las tendencias e innovando continuamente. Resolver problemas que te hagan estar presente, ser necesario, aportar algo fundamental a quien se relaciona contigo. La autenticidad y la relevancia son ingredientes básicos en el éxito de cualquier marca.
Es curioso como todo esto se está llevando al paroxismo. Dice Han algo que me ha hecho pensar mucho: la gente se vende como auténtica porque “todos quieren ser distintos de los demás”, lo que fuerza a “producirse a uno mismo”. Y es imposible serlo hoy auténticamente porque “en esa voluntad de ser distinto prosigue lo igual”. Resultado: el sistema solo permite que se den “diferencias comercializables”.
Producción, sistema y comercialización en una misma frase y acompañando al sustantivo autenticidad. Da para una reflexión, cuando menos, especialmente en el entorno en el que me muevo. En nuestro intento de ser auténticos nos hemos convertido en productos perfectamente producidos en serie, lo cual no deja de ser paradójico. Vivimos en un escaparate perfectamente organizado donde todo tiene un por qué y un objetivo medible, cuantificable, donde ninguna decisión se toma al azar, sin filtro, sin intención. Hablo de marcas y hablo de personas. SEO en las redacciones, cursos, módulos, paquetizaciones varias, descargables y embudos de conversión incluso en servicios que se quieren posicionar como la quintaesencia de la personalización. Todos mostrándonos auténticamente predecibles, comercialmente estandarizados bajo la pátina de la autenticidad de lo que somos y hacemos. Las 24 horas del día, sin descanso, sin resuello.
Quizás es eso lo que me conecta con Juan Carlos: que esa sencilla pirámide de Maslow sobre la que pivota su existencia es en realidad la misma de todos nosotros: el amor y el disfrute de la vida. Y que su autenticidad es verdadera, no está producida, ni filtrada, ni orientada. Ni siquiera un "boli azul con letras" hará que te ganes su sonrisa si él no quiere dártela, porque hay cosas que ni se compran ni se venden. Y es lo más genuino que he visto en mucho tiempo.
Hala! ¡Si aparece un Juanjo por ahí? ¿pero qué andas?
Dile a Juan Carlos, que ir un sábado tiene su aquel, porque si la puerta está cerrada es que hay otras que tiene que abrir y que un madrugón en sábado tampoco es tan malo.
Que en Vitoria hay bolis azules chulos y que se imagine lo que le haría feliz a Isabel si le diera uno suyo, que eso es en definitiva el amor.
Muaks
¡Hola Juanjo!Se lo diré todo. Me preguntará qué es Vitoria y si está lejos. Y me temo que los bolis azules no los comparte ni con Isabel, él es así. Gracias por asomarte. 🙂