CIFUENTES SE ESCRIBE CON C
Retomo mi post dominical después del breve paréntesis vacacional de la Semana Santa, y voy a hacerlo metiéndome de nuevo en jardines. Aviso a navegantes.
Una piensa que pocas cosas relacionadas con temas políticos puedan ya sorprenderle, pero el asunto del falso Master de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, me tiene sulibellada. Sulibellada e incendiada, he de añadir.
Soy hija de una familia humilde en lo económico, pero en la que siempre ha existido la inquietud del saber. Me he formado en el sistema público de enseñanza, y lo digo con orgullo. Tuve grandes profesores y siempre he pensado que, aún con sus fallos, es el mejor sistema existente para formar a personas en igualdad de oportunidades y con pensamiento crítico.
Como ya comenté en el post sobre Mujeres que Marcan, mis padres se esforzaron muchísimo y nos animaron a estudiar, a formarnos. Mantener el coste de una carrera universitaria (dos, puesto que mi hermana empezó Derecho cuando yo aún estaba en tercero de Bellas Artes, y las licenciaturas aún eran de 5 años) es algo que para muchas familias de clase obrera suponía y supone una apuesta indudable por el futuro, pero una carga económica difícil de sostener en el día a día.
Tanto mi hermana como yo intentábamos aliviar esa carga dando clases particulares, sirviendo mesas en restaurantes durante fines de semana y veranos, y haciendo cualquier trabajo que estuvo a nuestro alcance durante aquellos años. Estoy orgullosísima de ello, aprendí lo duro (y bonito) que es ganarse la vida, y también a respetar el esfuerzo que implica cualquier empleo de esos que muchos menosprecian por no llevar un “manager” o “director” en el título.
En el último año de carrera me enamoré hasta las trancas del padre de Aitor, mi hijo mayor. Él terminó Físicas y tuvo la oportunidad de venir a Mallorca a realizar su doctorado en lo que hoy es el IFISC, donde continúa desarrollando su carrera como investigador desde entonces. No dudé en venir con él. Aunque el último curso lo hice un poco por libre, volaba desde Palma y acudía a la Facultad de Bellas Artes de la UPV-EHU en Leioa periódicamente para presentarme puntualmente a mis exámenes y defender mis proyectos ante los profesores y tribunales. Nadie tuvo en cuenta mis circunstancias personales, ni yo me sentía en el derecho de exigir ningún tipo de trato diferencial por una decisión personal que yo había tomado conscientemente, y cuyas consecuencias debía asumir.
No me voy a extender en los detalles, de sobra conocidos y aireados ya estos días en la prensa, y cuya trama podéis seguir en este mapa, pero el caso de Cristina Cifuentes es digno de estudio por muchos motivos.
El primero porque insulta el esfuerzo de muchas personas que estudian y trabajan de forma simultánea, que no disfrutan de prebenda alguna, ni de ningún trato de favor porque no son titulares de cargo público o político alguno. Personas que asisten a sus clases les vaya bien o no; que se matriculan, pagan y presentan sus proyectos en plazo; que trabajan de día y estudian de noche, robando horas al sueño y a la salud.
Es doloso y doloroso porque además, esta trama de favores y falsedades salpica y pone en entredicho a una institución de enseñanza pública como es la Universidad Rey Juan Carlos, organismo por el que la Sra. Cifuentes debería velar especialmente como gestora de lo público que es.
Por último, y analizando el asunto desde una perspectiva de branding, el caso Cifuentes, sumado a los numerosísimos incidentes de corrupción, malversación y prevaricación en los que se halla imputado su partido, habla de una manera de hacer, de la cultura de marca del grupo político al que pertenece, y de buena parte de la clase política de este país.
La Wikipedia define cultura organizacional o cultura de marca como "el conjunto de experiencias, hábitos, costumbres, creencias, y valores, que caracteriza a un grupo humano” o el "conjunto de actitudes, experiencias, creencias y valores que cada uno de los recursos humanos imprime en la empresa”. El caso de Cifuentes y otros muchos, hablan de una clase política cuyos valores y creencias les llevan a pensar que son inmunes, que se hallan por encima de la ley que deberían defender, por encima de los ciudadanos a los que representan, y por encima también de la transparencia y de la veracidad exigibles a cualquier representante o cargo público elegido por sufragio universal.
Y es que Cifuentes se escribe con C, como los tres aspectos sobre los que se construye la reputación de una marca: Cultura, Comportamientos y Comunicación. Ni su cultura de marca, ni el comportamiento de aferrarse al cargo y a la protección de su partido, ni la comunicación realizada negando lo evidente tras el descubrimiento por la prensa de todos estos hechos, han estado a la altura del compromiso con la ciudadanía ni de la responsabilidad que ostenta.
La nuestra, como ciudadanos, es recordar todo esto cuando vayamos a depositar la papeleta en las urnas. Merecemos algo mejor.
Absolutamente de acuerdo. Personalmente me siente avergonzada e insultada por los que nos gobiernan que parece que aun no se han enterado de que el fin no justifica los medios. Yo no quiero ser representada por gente así. No quiero caer en el pesimismo pero tengo la sensación de que aquellos que se meten política están hechos de una pasta que les hace desear el poder por encima de cualquier cosa. Ojalá me equivoque