LAS PEQUEÑAS COSAS
Domingo de nuevo. Final de una semana que ha pasado como un rayo, como todas. El tiempo se nos escurre entre los dedos como la arena seca de la playa. Tiempo, la nueva unidad de medida del buen vivir. Tiempo para hacer lo que queremos, para dedicarlo a las cosas que importan. Tiempo para reir, para soñar, para amar, para leer, para dejar pasar las horas dormitando en una galería…
Alguien a quien quiero mucho me dijo hace poco que la vida va en realidad de disfrutar de tantos momentos buenos como puedas, y de un tiempo a esta parte voy tomando consciencia de que es así. A veces esos momentos se esconden camuflados en el ajetreo incesante de los madrugones, el tráfico, el trabajo, el ir y el venir. Vamos tan cegados que ni siquiera los detectamos, los dejamos pasar agobiados, excusándonos en esa falta de tiempo y dándonos lametazos autocomplacientes mientras nos quejamos de la mala vida que llevamos.
El jueves tuve la oportunidad de realizar al ponencia mensual del CCom, quizás ya os suene a algunos que ya me seguís en redes. Para los que no conocéis esta iniciativa, se trata de una reunión mensual de profesionales de la comunicación en la que aprovechamos para vernos las caras, charlar un rato y compartir conocimiento y experiencias a través de estas ponencias formativas e informativas.
Me hacía especial ilusión porque hacía bastante tiempo de mi última charla; porque me encanta hablar de mi trabajo y de lo que disfruto en él; porque me había invitado Marina Martín-Ballestero, que es una profesional a la que respeto muchísimo; y porque creo firmemente que el mundo lo cambian estas iniciativas pequeñas y modestas, lo que nos mueve siempre es lo pequeño.
En la charla hablamos de branding, de dónde viene, hacia dónde va; de los aspectos diferenciales de las marcas gestionadas desde y para el producto y las marcas que lo hacen desde y para las personas. Hablamos de lo racional y de lo emocional, de la transversalidad de esta disciplina. De la necesidad de contar con ella en el core de decisiones de la empresa, hablamos de cambio, de mejora, de innovar, de tener un propósito, un purpose, un objetivo último y superior que guía nuestras estrategias, hablamos de relevancia vs. notoriedad. Refelexionamos también con visión crítica acerca de las estrategias que buscan precisamente neutralizar la racionalidad y atacar a la víscera. Hablamos y hablamos... y hubiésemos podido seguir allí hablando mucho más porque se generó una bonita tertulia.
Disfruté, me sentía cómoda en el formato de la charla y recuperé esas sensaciones perdidas relacionadas con la docencia, sensaciones que no había sentido desde los tiempos de la Escuela Vía Roma (algún día os hablaré de este lugar especial, eso requiere otro post).
Recuperé ese sentimiento de dar y de recibir. Ese cuestionar. Ese despertar curiosidad… También estoy disfrutando de revisitar el vídeo de la charla y analizar qué conceptos debo explicar mejor, qué ejemplos utilizar, en definitiva, cómo mejorar.
La víspera, el miércoles, mi trabajo me regaló uno de esos momentos que son los que muchas veces te animan a no tirar la toalla. Un momento de esos en los que sientes que tocas el cielo, otra sensación recuperada. Un proyecto complejo que nos está suponiendo un reto por el alcance y la responsabilidad que conlleva. Liderado por alguien que en el briefing hablaba de necesidades de negocio y comerciales, pero también de pasión, de transformación, de química, de un equipo en un estado anímico y de motivación bajo al que hay que hacer parte y protagonista y a los que hay que insuflar ganas de soñar. Un líder que comparte contigo y las decisiones de negocio para que estén correctamente alineadas con la promesa de marca, y que tiene en cuenta tus opiniones y criterio. Y le presentas la propuesta y ves emoción en sus ojos, y sientes que compartes visión. Pellizcadme por favor… y si estoy soñando no me despertéis. Es como cuando un extraño te saca a bailar y de repente estáis acompasados… Magia.
El jueves la cena fue una fiesta. El compás parece que también se recupera en otros aspectos de mi vida de los que no siempre hablo. La hormonas de los 18 años de mi hijo mayor, la testosterona en cantidades ingentes, y su carácter endiabladamente independiente y tenaz, le ha llevado a tomar decisiones con las que no he podido estar de acuerdo y que nos separaron. Todo este proceso me ha obligado a desaprender, a deshacerme de creencias y expectativas, volver a lo básico, a quererle y apoyarle haga lo que haga, se equivoque o acierte. A estar siempre, pase lo que pase… Él también esta aprendiendo en el camino y empiezo a observar en él matices hasta ahora desconocidos. Siento que escucha y que aprecia. Veo el hombre que ya es y el enorme corazón que a veces nubla su razón, y sobre todo siento un acercamiento que me hace enormemente feliz.
Ha habido otras muchas pequeñas cosas, pequeños grandes momentos que se quedan para mi y para quienes me han hecho vivirlos. Me he propuesto a mi misma detener el reloj en cada uno de esos instantes, valorarlos como lo que son. Guardarlos en un cajón secreto y de vez en cuando volver a destaparlos para revisarlos, como quien relee un buen libro, como quien redescubre a la bailarina del interior de la cajita de música cada vez que vuelve a levantar la tapa. Recuperar y revivir esas sensaciones, para que no se me olvide lo importantes que han sido en mi vida, lo importantes y necesarias que siempre van a ser. Como dice Serrat, aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel, en un cajón, que no mueren con el tiempo y que son la materia de la que está hecha la felicidad.